
Hay una sabiduría antigua que vive en lo profundo de nuestro ser. Una voz suave, pero constante, que nos susurra que pertenecemos, que no estamos solos, que formamos parte de un entramado más amplio, más sabio y más bello de lo que nuestra mente alcanza a comprender. Es la voz de la Madre Tierra.
En un tiempo de desconexión, en el que el mundo nos empuja hacia el aislamiento, la prisa y la ilusión del “yo separado”, la naturaleza nos recuerda que nuestra existencia está tejida en la red de la Tierra, que somos la Tierra, y que todo lo que le hacemos a ella, nos lo hacemos a nosotros mismos.
Toda la vida nace de la naturaleza, pero hemos olvidado que venimos de ella, que dependemos de ella y que a ella regresaremos. Ella nos sostiene y, sin embargo, la tratamos como un almacén de recursos que podemos explotar y poseer. Esa amnesia colectiva ha fracturado nuestra relación con lo sagrado. Pero aún podemos recordar.
Uno de los principales objetivos del proyecto Amalurra en Artzentales fue precisamente recuperar el vínculo ancestral con la Madre Tierra, comenzando por un trabajo consciente y amoroso con el espacio físico. El vínculo con este lugar no surgió como algo inmediato ni técnico. Fue un proceso paulatino y consciente a lo largo del cual fuimos aprendiendo a leer las señales con las que nos hablaba. Con esta conciencia, comenzamos las labores de recuperación y adecuación del terreno, tomando la naturaleza como espejo de nuestro proceso interno. Plantamos árboles, canalizamos aguas, arrancamos zarzas, escuchamos a la Tierra que nos acogía. Comprendimos que el paisaje exterior reflejaba nuestras emociones, nuestras heridas y nuestros anhelos. Las aguas estancadas del terreno hablaban de emociones contenidas. Las zarzas, del olvido. Los árboles caídos, de una desconexión ancestral.
Todo acto físico tuvo un correlato simbólico. Al cuidar, limpiar y replantar, fuimos tocando también nuestra propia alma, porque la naturaleza no es meramente un paisaje exterior, sino una presencia viva que sostiene y ordena también nuestro mundo interno. Y gracias a escuchar activamente a la tierra, a los seres que la habitan y a nuestras emociones más profundas, se fue tejiendo un vínculo nuevo, una forma renovada de vivir. Por eso, considero que volver a la Tierra es una necesidad espiritual, ecológica y evolutiva, así como una vía de sanación profunda, tal y como lo experimentamos durante el proceso de regeneración del espacio físico que hoy llamamos Amalurra.
La Tierra, al igual que una madre, no necesita que seamos perfectos para acogernos. Basta con que regresemos, con que escuchemos, con que honremos su generosidad. Y cuando lo hacemos, algo profundo se recoloca dentro. La separación se disuelve. El amor emerge. Y recordamos, al fin, que la Tierra no está aquí para servirnos. Nosotros estamos para servirla. Así lo entendían las culturas ancestrales y así lo celebraban nuestros antepasados a través de rituales. En euskera, por ejemplo, jaubetza (propiedad) proviene de jabon, que significa cuidar, y de jaube on, buen dueño, buen cuidador, porque no somos dueños de la Tierra. Adueñarse y cuidar resuenan en lo mismo cuando entendemos que ser propietario, en su sentido más profundo, es ser guardián.
Por todo ello, facilitar espacios de conexión profunda con la naturaleza es para mí una forma de servicio. Cada retiro en la naturaleza, y muy especialmente la Vision Quest, o búsqueda de visión, que facilitaré este agosto y que está inspirada en esa experiencia originaria, es una oportunidad para que algo se abra dentro, para recordar que la naturaleza exterior y la naturaleza interior son una y la misma, que la herida de la desconexión puede transformarse en vínculo, en escucha, en sentido. Esto es lo que sucede cuando una persona se retira al bosque, camina en silencio o escucha la voz del agua: algo en su interior comienza a recolocarse.
La próxima Vision Quest es una invitación a retirarse en soledad y en silencio para dejarnos atravesar por la presencia viva de la Tierra, para permitir ser sostenidos y transformados por ella, para recordar el propósito, honrar los elementos, los seres sutiles que habitan la Tierra y el linaje que nos precede. En definitiva, para volver al origen.
Volver a la Madre Tierra no supone mirar hacia atrás, sino dar un paso adelante en el camino de la conciencia, en comunión con todo lo que vive. Y es también una forma de honrar el legado de un lugar que, como Amalurra, nos ha mostrado que sanar la Tierra es también sanar nuestras raíces, restaurar nuestra memoria y dar cuerpo a una nueva manera de habitar el mundo.
Tal vez tú también sientes esa nostalgia. Tal vez también escuchas la voz de la Tierra en tus sueños, en tus anhelos, en el cansancio de lo que ya no tiene sentido. Si es así, este retiro puede ser para ti.