Desde este espacio quisiera dedicar un momento de reflexión ante el 77 aniversario del bombardeo de mi ciudad natal, la villa de Gernika, símbolo del alma vasca. Durante siglos los pueblos de Bizkaia se han reunido bajo el mítico árbol de Gernika, un roble situado delante de la Casa de Juntas. Este árbol representa las libertades tradicionales de Bizkaia y los vizcaínos y por extensión las de todos los vascos.
El lunes 26 de abril de 1937 era un ajetreado día de mercado y, a pesar de que mayoritariamente la ciudad permanecía ajena a la guerra, Gernika se convirtió en el sitio experimental del segundo bombardeo aéreo de la Guerra Civil española dirigido específicamente contra civiles vascos. Durante tres largas horas los aviones de la legión Cóndor se ensañaron contra la población civil, especialmente contra mujeres y niños. Como es bien sabido, el ataque produjo 1.600 muertos y 1.000 heridos (Gernika contaba con 7.000 habitantes en aquel entonces), así como la destrucción física del centro de la ciudad.
Gernika no fue seleccionada como blanco del bombardeo por razones operacionales y militares, sino debido a su profundo significado simbólico. Según las fuentes consultadas, en abril de 1937, el gobierno español de Franco trabajó con representantes militares alemanes e italianos para coordinar un ataque aéreo diseñado con el fin de destruir la ciudad, desde la que iniciar una invasión a la capital de Bizkaia, Bilbao. El objetivo fue hacerse con el control de Gernika como una táctica de dominación, golpeando en el corazón de la cultura vasca y minando así la moral de sus ciudadanos.
El bombardeo se centró en un lugar emblemático con el fin de abrir una herida traumática que causó efectos devastadores en muchos niveles, no solo en lo material sino también en la esencia del pueblo vasco y en sus señas de identidad como la dignidad, la soberanía, la nobleza o la autenticidad.
En nuestro caso, como en el de muchos otros pueblos que han atravesado por situaciones traumáticas similares, ante la intensidad del dolor producido, la reacción normal fue negar o reprimir los sentimientos de vulnerabilidad y miedo que este trágico acontecimiento produjo. Sin embargo, si bien al principio es común protegerse del dolor, con el paso del tiempo y el impulso constructivo inherente a todo ser humano, llega un momento en el que es posible conectar con la vulnerabilidad. En el País Vasco ya ha pasado el tiempo suficiente para poder mirar el horror de aquellos acontecimientos. Además, gracias a la labor que desde distintas iniciativas se lleva realizando en las últimas décadas, se van propiciando espacios de encuentro con la vulnerabilidad.
El toque de sirenas que tiene lugar en Gernika durante el aniversario de la tragedia es una emotiva y espontánea manera de constelar el bombardeo. Para quienes lo vivieron, el penetrante sonido es fuente de terribles recuerdos repletos de tragedia y pérdida. Sin embargo, este sencillo pero poderoso acto les está dando la posibilidad de conectar con el dolor que quedó encapsulado ante la dimensión de la tragedia y que al cabo de las décadas se va haciendo más factible integrar. Los que no vivimos la guerra somos portadores del legado de nuestros antepasados así como del trauma cultural de este pueblo y nosotros también estamos teniendo la ocasión de abrirnos a la vulnerabilidad que las memorias traen y de sentir tanto el dolor individual como el colectivo, contribuyendo así a hacer el duelo que antes no se pudo hacer. Nuestros cuerpos están siendo vehículos a través de los cuales las memorias de nuestra alma colectiva pueden resonar y fluir, produciendo una sanación en la psique colectiva.
Acontecimientos tan traumáticos como el ocurrido en Gernika han sido estudiados desde muchos ángulos. La psicología profunda, por ejemplo, explica que cuando el superego cultural se ve debilitado por ataques contra la figura que representa la autoridad o el poder, la cultura y sus valores se sienten amenazados. Al no poder mantener ya un sentido de confianza colectiva en la autoridad central del superego cultural, los ciudadanos corren el riesgo de caer en una depresión colectiva. Cuando el grupo no ha podido llorar su trauma y su pérdida se desarrolla una respuesta reactiva que puede quedar enquistada. Es entonces cuando la identidad cultural podría confundirse con ciertos complejos culturales, dando lugar a respuestas reactivas ante el dolor causado por el trauma.
Sin embargo, los actos que se vienen celebrando en Gernika para conmemorar el aniversario del bombardeo son una muestra de que, como pueblo, ya hemos entrado en un proceso de apertura a la vulnerabilidad por medio del cual vamos conquistando la dignidad y la soberanía, rasgos de nuestra verdadera identidad. Creo que este es un gran paso hacia la sanación de las heridas causadas por los traumas del pasado que marca el tránsito a un nuevo futuro, pues mirar de frente lo que ocurrió contribuye a hacer historia y a recuperar una parte del alma del pueblo, así como a honrar el destino de nuestros ancestros. No me cabe duda de que las iniciativas que se están llevando a cabo marcan un nuevo tiempo en el devenir de nuestra cultura y gracias a ellas el arquetipo de pueblo soberano que quedó enterrado tras la tragedia puede volverse a activar y ser transmitido a las generaciones futuras.