
Con profunda gratitud y emoción, voy a participar en el encuentro Puente Arco Iris – Holi Nada, como portadora de la tradición espiritual vasca, junto a personas que han compartido conmigo el camino transitado en Amalurra. Para mí, estar presente en este evento impulsado y guiado por Matías De Stefano, es una ofrenda, un gesto de agradecimiento a nuestra tierra y a la memoria ancestral que nos habita.
Mi presencia en este evento no es circunstancial. Durante más de tres décadas, mi recorrido en Amalurra ha supuesto también una llamada a recuperar, honrar y reactivar el profundo legado de nuestro pueblo, un legado que no es solo cultural sino también simbólico, espiritual y transformador.
Desde el inicio, el diálogo con la mitología vasca ha sido una guía constante y un eje vertebrador en mi trayectoria. La figura de la diosa Mari, con su fuerza telúrica, su vínculo con las montañas, las cuevas y el misterio, me ha acompañado en muchos momentos como símbolo del poder femenino y de la integración de los opuestos. Su presencia ha iluminado mis propios procesos de crisis, búsqueda y renacimiento y ha sido también espejo para la comunidad. Esta búsqueda de equilibrio y complementariedad entre polaridades —tan presente en nuestra mitología— se ha revelado como un pilar esencial de mi trabajo y de nuestra práctica en Amalurra.
En paralelo, ha sido inevitable acoger y escuchar el dolor del alma colectiva vasca: las heridas abiertas por la represión, el conflicto, el exilio o el silencio heredado. A medida que se desplegaban los procesos, estos contenidos iban emergiendo con fuerza, no como algo planificado, sino como verdades que reclamaban ser miradas, nombradas y dignificadas. Entre esas memorias, una de las más profundas está vinculada a la herida ancestral de lo sagrado femenino en nuestra historia: la violencia y el estigma proyectados sobre las mujeres que encarnaban el saber profundo de la naturaleza y los ciclos —las llamadas brujas— especialmente en episodios como los de Zugarramurdi, en el marco de la Inquisición, donde la quema de “brujas” evidenció cómo el miedo a lo sagrado femenino tomó forma de persecución y condena.
En aquel lugar de cuevas y memorias, tantas veces silenciado por la historia oficial, permanece viva una profunda huella de dolor colectivo, pero también una semilla de dignidad y sabiduría que hoy buscamos honrar, resignificar y reconectar. Esta memoria, que durante siglos permaneció en la sombra, fue aflorando en Amalurra en nuestros cuerpos, sueños y emociones compartidas. Darle lugar ha sido parte del proceso de reparación y de reconexión con la fuerza creadora, intuitiva y espiritual del linaje femenino. Dedicarle espacios de escucha profunda ha permitido tejer una restauración simbólica del relato colectivo, sostenida desde el corazón y la presencia.
Otra clave en mi trayectoria ha sido el auzolan, término que en euskera significa trabajo de vecinos o entre vecinos, el cual implica un espíritu de colaboración y corresponsabilidad. El auzolan no es solo una práctica. Es un modo de vida, una forma de construir comunidad desde la presencia y el compromiso, regenerando vínculos entre las personas y con la Tierra, porque la Tierra no es un mero paisaje o recurso: es un ser vivo al que pertenecemos.
Del vínculo con la Madre Tierra nació el robledal de Amalurra. Enraizado en la tradición vasca —en la que el roble es símbolo sagrado de arraigo, justicia y sabiduría—este bosque fue una siembra física y simbólica en la que plantamos más de 3.500 robles. Cada árbol fue sembrado con una intención, un rezo y una profunda escucha, marcando el inicio de un proceso de regeneración no solo del paisaje, sino también de nuestra forma de habitarlo. Este bosque representa una expresión de gratitud y un acto de reparación como respuesta consciente al impacto que nuestras acciones, a menudo inconscientes, tienen en el equilibrio de la vida. La reparación no es un gesto del pasado, sino una condición para el futuro. Solo desde la conciencia de lo dañado, y con actos reales de devolución, podremos crear algo nuevo desde un lugar íntegro y verdadero.
En este despertar, el euskera, mi lengua materna, ha ocupado también un lugar central como medio de expresión y como vía de conexión con algo más profundo. El euskera ha guardado y transmitido una visión del mundo vinculada al territorio, a la oralidad, al símbolo y al alma colectiva. Ha resonado en nuestras canciones, en nuestras oraciones, en las palabras compartidas en comunidad. Más que un idioma, es una forma de ser, de habitar el tiempo y de cuidar lo sagrado.
Por todo esto, reconocerme parte del Holi Nada junto a Matías De Stefano significa reconocer una sintonía profunda entre dos trayectorias que, aunque distintas en forma, comparten una misma intención: integrar lo humano y lo cósmico, lo ancestral y lo emergente, lo personal y lo planetario.
Nos reunimos para recordar, juntos, que somos red, conciencia y vida en movimiento.
Amalurra acogerá este encuentro, abriendo sus puertas para que el Puente Arcoíris – Holi Nada (El Sagrado Vacío) pueda celebrarse en un entorno propicio para la conexión, la integración y el recuerdo colectivo.
Si sientes resonancia con esta propuesta y deseas participar, puedes consultar los canales habilitados por la organización del evento:
- 19-21 de junio: Puente Arcoíris
- 21 de junio: Holi Nada Manifestival
- Entradas e información: holinada.com