Irene Goikolea Uriarte

Cerca de tres décadas buceando y trabajando en las emociones propias y acompañando y facilitando a muchos otros a hacer lo mismo, me han supuesto una forma de vivir y también una manera de habitar en el mundo. El camino que he recorrido contiene un bagaje de conocimientos que pueden apoyar a transformar la percepción partida y limitante de nuestra humana manera de ver las cosas hacia una visión más holística e integradora de nosotros y nuestro entorno.

A lo largo de mi trayectoria, he desarrollado un trabajo de integración y transformación personal que he ido enriqueciendo con perspectivas diversas, como la tradición chamánica, la filosofía oriental, la disciplina del yoga y la psicología profunda, sin olvidar la sabiduría del legado ancestral de mis raíces vascas. El contacto que mantengo con diferentes culturas me aporta una amplitud de miras que sigue estimulando mi compromiso con la diversidad.

Mi compromiso con el despertar de lo femenino y el impacto que produce en el desarrollo de la conciencia colectiva me llevó a inspirar Amalurra, un proyecto en sintonía con los movimientos contemporáneos que impulsan el desarrollo de un paradigma colectivo, donde la cultura del “nosotros” prevalece sobre la cultura del “yo”.

Soy Doctora en psicología profunda por el Pacifica Graduate Institute de Santa Bárbara (California). Entre julio 2017 y julio 2019 fui miembro activo del consejo de GEN Europa y, desde principios del 2018, soy embajadora de esta organización, cargo que me capacita para representar a la GEN a nivel local, nacional o internacional. Asimismo, me he formado en constelaciones familiares y nuevas constelaciones familiares con Bert Hellinger, rituales sistémicos con Daan Van Kampenhout, chamanismo con Michael Harner, Hakomi, Trabajo de procesos, Integral Coaching ®, yoga y PNL, entre otras disciplinas.

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GEN Europe

Fundamentos de mi trabajo: el concepto AMALURRA

AMALURRA es el trabajo que he desarrollado a lo largo de estos 27 años como life coach y que está firmemente enraizado en cinco aspectos básicos que abordo desde una perspectiva psicoespiritual: el despertar al aspecto femenino profundo, el poder de la vulnerabilidad, el trabajo de sombra, el vínculo profundo con la naturaleza y la ecología emocional.


ASPECTO FEMENINO PROFUNDO

El aspecto femenino profundo representa el vínculo con la vida y posee el don de sacralizar cada acto cotidiano, dotándolo de voluntad, sentido y sentimiento. Esta poderosa energía nos lleva a sentir la vulnerabilidad. Sus cualidades más significativas son la interrelación, la colectividad, la integración, la unidad, el cuidado del otro, la sanación, la nutrición, la acción compasiva y la capacidad sintiente. Despertar a estas cualidades nos capacitan para abrazar todas las partes que excluimos de nosotros mismos.

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“Hace más de 27 años, inicié una trayectoria de exploración, autoconocimiento y despertar del aspecto femenino profundo con un primer grupo de mujeres, concretamente en el año 1993, al que más adelante se unirían sus parejas y otras personas afines a esta iniciativa. Este primer grupo se convertiría en la semilla del proyecto Amalurra. Los primeros encuentros fueron como una sacudida en la que los contenidos inconscientes brotaron a la superficie con facilidad. Delante de nosotras, se presentó todo lo que habíamos rechazado. Más adelante descubriríamos que no se trataba solo de material propio, sino que una parte de estos contenidos inconscientes estaba vinculada a nuestros ancestros y a la sociedad y que eran manifestación de muchos de los atributos femeninos culturalmente rechazados. De hecho, según las investigaciones de eruditos como la arqueóloga Marija Gimbutas, el aspecto femenino profundo, presente tanto en hombres como en mujeres, quedó relegado al ámbito de la sombra (inconsciente) con la desaparición de lo que ella denominó la civilización de la Diosa (entre el 7000 y el 3000 a. C.).

El sistema patriarcal que se impuso a continuación valoró la mente, la razón, el materialismo, la fuerza o la lógica por encima de los atributos femeninos de la conectividad, la capacidad de relacionarse, la compasión, la vulnerabilidad, la nutrición o la integración, entre otros. Siempre según Gimbutas, la vida se comenzó a orientar hacia el consumismo, el hedonismo y la codicia material mientras se reprimía el contacto con la vulnerabilidad, con lo creativo o con la dimensión del placer, de la alegría o del juego, como manifestaciones del espíritu. Sin embargo, la cultura vasca conservaría las tradiciones de la civilización de la Diosa a lo largo de milenios debido a que el cristianismo llegó tarde al País Vasco. Incluso, a algunas regiones montañosas, ni llegó.

El objetivo primordial de nuestros círculos iniciales fue reconectarnos con la conciencia matrilineal, ligada a la sabiduría vinculada a la Tierra, al inconsciente y a los instintos vitales. Ello implicaba salir de la dominación ejercida por el arquetipo masculino negativo, así como por la mentalidad patriarcal caracterizada, básicamente, por el afán de poder, las posesiones, el control y contenidos de conciencia carentes de emoción. Los primeros pasos de contacto con esas partes negadas se produjeron al intentar salir del autoabandono en el que, en muchos casos, se había caído, bien en las relaciones de pareja, bien en las familiares o sociales, a fin de recuperar el lugar que nos correspondía. Lo más doloroso fue tomar conciencia de que nosotras mismas habíamos renunciado a nuestro verdadero sentir a cambio de otros intereses, como seguridad, imagen o posición. Esta era la razón por la que muchas habíamos perdido autoestima e integridad.

El intento de desapegarnos de dichos intereses nos puso en contacto con los sentimientos y las emociones más enterrados. Ponernos de pie exigía afrontar el dolor de sentirnos solas o abandonadas, como resultado de todo lo que fue emergiendo al decidir despertar y mirar en la profundidad, dando los primeros pasos hacia la tan anhelada libertad. En el momento en el que nos abrimos conscientemente a sentir nuestra vulnerabilidad, nos encontramos con heridas cuyos contenidos, a menudo, proyectábamos mayormente en el hombre. Nos llevó tiempo darnos cuenta de que esos contenidos que él nos devolvía eran nuestros propios pensamientos de infravaloración hacia nosotras mismas, pues, al igual que ellos, habíamos sido educadas en un sistema patriarcal. Resultaba obvio que despertar al aspecto femenino profundo no era asunto de género. Por lo tanto, en los círculos mixtos, trabajamos por acercarnos a la vulnerabilidad para llegar a abrazar e integrar lo femenino y lo masculino en cada uno de nosotros.

Esta intención estaba en sintonía con el espíritu del proyecto, es decir, avanzar hacia el equilibrio entre las energías femenina y masculina dentro del individuo, como etapa previa a la integración de los opuestos. Al inicio, no resultó fácil caminar en esta dirección, ya que nos topamos con una gran resistencia inconsciente. Una parte provenía de nuestros contenidos personales y otra era reflejo de contenidos del inconsciente cultural de nuestro pueblo, en el que se hallaban las memorias relacionadas con los sucesos traumáticos que el País Vasco ha vivido y que, por su carga dolorosa, evitábamos contactar. De este modo, fuimos contactando con el sentimiento y, por ende, con nuestro aspecto femenino profundo”.

EL PODER DE LA VULNERABILIDAD

La diana: El camino hacia el ser.

Este enfoque de crecimiento personal se centra en ir más allá de la resistencia a contactar con los sentimientos de vulnerabilidad que conllevan un dolor no reconocido.

En mi perspectiva de trabajo distingo el dolor del sufrimiento. El dolor es una puerta a la vida, mientras que el sufrimiento surge de la resistencia a sentir el dolor.

El encuentro con la vulnerabilidad también ofrece la oportunidad de recuperar los fragmentos disociados de nuestra alma y acercarnos a nuestro ser más genuino. Recuperar el alma individual nos vincula al alma colectiva o al alma del mundo, el anima mundi.

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“La imagen de una diana fue la fuente de inspiración en la que basé los procesos de trabajo interno que sostuvieron el desarrollo del proyecto Amalurra. Esta figura me sugirió el mapa de las diferentes capas que, desde la superficie de la personalidad, es necesario atravesar para llegar al centro, hasta lo más profundo del ser, donde se encuentra nuestra esencia, amor o potencial unitario. En definitiva, la vida en mayúsculas. Para mí, ese centro es como un vórtice que nos atrae constantemente hacia sí, manifestando de ese modo la generosidad y el amor genuino que se hallan en la profundidad de todo ser humano.

Como paso ineludible para ello, en primer lugar, es inevitable penetrar en los prejuicios y miedos que nos separan del corazón. Esos prejuicios se encuentran en la capa más externa, junto con pensamientos, hipótesis, normas y maneras rígidas de comportamiento que solemos proyectar en determinadas ideologías o credos con los que, a menudo, o bien nos identificamos o bien rechazamos a fin de resistir la vulnerabilidad encerrada en nuestra profundidad.

En realidad, proyectamos en el exterior aquello que hemos negado en nosotros mismos y que, por tanto, permanece en el inconsciente. La proyección nos separa de los demás y de nuestro entorno porque tendemos a ver fuera lo que se encuentra en nuestro interior, como si de una película ajena a nuestra realidad se tratase. Esta separación alimenta un estado de sufrimiento al que nos acostumbramos, pero también crea una gruesa capa mental que nos envuelve y nos desvincula de nuestra dimensión humana más esencial.

Cuando somos capaces de penetrar nuestros pensamientos y actitudes, e ir más allá de ellos, podemos acceder a la segunda capa, donde se encuentra el miedo psicológico a contactar con el dolor encerrado en sentimientos de vulnerabilidad. Este miedo crea un mecanismo de defensa que nos mantiene fuera de nuestra profundidad; a menudo, incluso, fuera del cuerpo y de la realidad que vivimos y, por tanto, alejados del dolor y de la vida que subyace bajo este. En definitiva, el miedo nos previene de encontrarnos con los fragmentos del alma que, por dolor, quedaron separados.

La tercera capa concéntrica representa el dolor, al cual accedemos cuando logramos deconstruir todo lo que habíamos fabricado para evitar los sentimientos de vulnerabilidad causados por experiencias traumáticas o abrumadoras que quedaron sin integrar, especialmente en la infancia, y, en las que, de algún modo, parte de nuestra alma se desmembró.

Según Jung, todo lo que negamos o excluimos por temor a sentir dolor forma “la sombra”, cuya función es protegernos del dolor. Pero, mientras permanece inconsciente, mantiene una parte de la persona separada de la realidad del presente. En esta dinámica, el dolor queda enquistado en el interior, a modo de una cristalización emocional conectada a experiencias pasadas que nos lleva a repetir las pautas surgidas de un trauma del pasado. De esa manera, uno no vive el presente ni puede avanzar al encuentro de esa parte esencial que quedó separada en la vivencia dolorosa. Lo que ocurre es que, al anestesiar la vulnerabilidad, también anestesiamos la alegría, la gratitud o la posibilidad de ser felices; no sentimos nada, pero vamos perdiendo creatividad e ilusión. En definitiva, vamos perdiendo la vida.

Para recuperar la vida perdida y unificarnos con nuestro propio ser o con la fuente de amor que se halla en nuestro interior, es necesario penetrar la capa mental que la protege y encarar la sombra. De ese modo, podremos levantar la barrera interpuesta y liberar la energía acumulada, sanando la zona dañada y permitiendo de nuevo que la vida fluya.

Aunque pudiera parecerlo, el acercamiento al dolor, o al sentimiento de vulnerabilidad, no es un camino de sufrimiento. El dolor es privado y único y contiene información acerca de los miedos, prejuicios o máscaras con los que nos protegemos. Ir a su encuentro es como ir al encuentro de nuestra propia sangre, porque la vulnerabilidad nos acerca a nuestro verdadero ser. En el momento que nos atrevemos a penetrar en un espacio de vulnerabilidad que hasta entonces había permanecido vedado, y nos abrimos a los sentimientos que se encuentran en él, es como si, de repente, la casa se agrandara. Entonces, la vida, o la parte de nuestra esencia que quedó retenida en dichos sentimientos no integrados, emerge y se expande, pudiendo experimentar, a la vez que estos, el gozo de su liberación y el amor oculto tras ellos.

Esa liberación produce un impacto positivo en la salud, en la vitalidad y en la alegría de vivir. La alquimia celular que ello propicia tiene una repercusión directa en el cerebro, que pasará a generar nuevas imágenes y posibilidades. De hecho, la neurociencia está demostrando que las redes neuronales del cerebro reflejan, procesan y transfieren sentimientos a la vez que información.

Acoger plenamente los sentimientos de vulnerabilidad, o el dolor, puede considerarse una práctica espiritual que nos lleva a perdonarnos y, por ende, a perdonar a todos los que se han cruzado en nuestro camino, haciéndonos espejo de aquellos contenidos que, aun inconscientes dentro de uno, hemos proyectado en el exterior. Es así como, poco a poco, podemos conectar con nuestro ser más genuino y acceder a todo nuestro potencial”.

EL TRABAJO DE SOMBRA

Según el psicólogo C. G. Jung, la sombra hace referencia a las partes de la personalidad que el ego rechaza por no encajar con la imagen ideal que nos hemos construido. El trabajo de sombra consiste en hacer conscientes los contenidos que se encuentran en el terreno del inconsciente y que, sin embargo, dirigen muchas de nuestras acciones.

En mis talleres facilito espacios en los que mirar a esta parte oscura, no como algo negativo, sino como una parte inherente a todo ser humano. El objetivo es poder contenerla y, finalmente, integrarla para convertirla en energía vital y creativa.

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““El trabajo de sombra ha sido uno de los objetivos fundamentales de mi trabajo, y pilar esencial en el desarrollo del proyecto Amalurra.

La sombra abarca aquellos aspectos de la personalidad que han quedado sin integrar al no haber encontrado una vía de expresión, obstaculizando, por ello, el flujo natural de la corriente de vida. Con el fin de levantar las barreras que impiden que esa corriente fluya naturalmente, es necesario aprender a utilizar las cualidades y la energía de la propia sombra como un apoyo positivo hacia la compleción personal.

El origen de la sombra se halla en las situaciones en que no pudimos relacionarnos con apertura y, en consecuencia, bloqueamos un impulso creativo vital. Estos impulsos son movimientos que desean seguir su curso evolutivo. Si su recorrido natural es reprimido, se produce una contracción y un fragmento de energía queda disociado de nuestra totalidad. Por ello, la sombra suele guardar una parte vital que quedó dolorida, excluida o bloqueada.

La sombra actúa inconscientemente a través de la proyección que se hace sobre el otro hasta que se vuelva a revivir la situación que la originó, con el propósito de tocar la vulnerabilidad de la parte que se separó. La proyección es un mecanismo por el que intentamos deshacernos de nuestra propia oscuridad disociándonos de ella y atribuyendo a otro lo que negamos en nosotros mismos, como la pereza, la sensualidad, la crueldad o la bondad, entre otras muchas cualidades. La reacción habitual es intentar destruir el reflejo que nos pone en contacto con esa sombra. Por ejemplo, a pesar de relegar pensamientos con los que nos identificamos, como “eres incapaz de hacer lo que te propones”, “no sirves para nada” o “todos se aprovechan de ti”, estos volverán a tocar nuestra puerta por boca de alguien contra quien reaccionaremos con rabia o desprecio, a menos que podamos reconocerlo como la voz de nuestra propia sombra, con la que nos hemos identificado.

Llegar a conocer nuestra verdadera identidad implica encontrarnos con la sombra, pues ella es lo que nos completa y hace humanos. Sin embargo, el trabajo de sombra es uno de los procesos más difíciles que podemos entablar, porque trae consigo un desgarro y, sobre todo, la destrucción de la imagen que el ego se ha fabricado de sí mismo.

Una de las conclusiones que he obtenido del trabajo de sombra que he facilitado en el marco de la comunidad, así como en mis talleres, es que, tanto si la negamos, como si nos identificamos con ella, permanecemos en una versión parcial de nosotros mismos. Identificarnos con la sombra no nos permite ver la luz que también somos. Negarla supone enterrar una parte de nuestro ser. El trabajo consiste en aprender a mirarla, contenerla, soportarla, integrarla y, finalmente, hacernos cargo de lo que hemos destruido cuando hemos dejado que actúe fuera de nuestra mirada consciente.

Tal y como yo he venido experimentando, una vez que se consigue integrar la sombra, los fragmentos de alma que esta guarda son liberados y pasan a formar parte de la totalidad del individuo. Lo más interesante de este proceso es que la integración de esa energía produce un equilibrio interno entre los contenidos inconscientes, a los que la sombra pertenece, y nuestra parte consciente. Transformar los contenidos inconscientes en consciencia genera una presencia que se traduce en una mayor capacidad de contemplar las cosas como un todo, beneficiando así al campo colectivo.

De igual forma, he podido constatar que uno de los desafíos más importantes en el camino hacia la expansión de la conciencia suele ser llegar a aceptar al otro, al que se opone, al que nos refleja lo que hemos rechazado y, por tanto, lo que también somos. El trabajo realizado al respecto me ha mostrado que, cuando aceptamos lo que el otro nos evidencia de nosotros mismos, este se convierte en alguien cercano y la distancia que nos separaba se acorta. Entonces es posible comprender que, en la realidad del corazón, no hay separación y, a pesar de la aparente oposición, podemos vernos en el otro y reconocernos en él.

En definitiva, aceptar nuestra humanidad hace surgir la compasión que nos conecta con nuestra bondad intrínseca y permite abrirnos al otro, al débil, al extranjero, al marginado. Y, una vez que lo incluimos, podemos transformar lo que habíamos rechazado, convirtiéndolo en fuente de conocimiento. Como resultado, podremos empezar a oír la llamada de nuestro ser genuino y caminar más alineados con la vida.

Con respecto al proyecto Amalurra, enseñar a mirar y a aceptar la propia sombra, reconectándose a la luz que esta encierra, contribuyó a traer la madurez necesaria para que el proyecto se mantuviera en pie con su propia identidad, más consciente de sus limitaciones y de sus complejos”.

RECONEXIÓN CON LA NATURALEZA

La Tierra refleja la interdependencia que existe entre los seres humanos, las demás especies vivas y el planeta que habitamos. Reconocer sus virtudes, su generosidad y su belleza hace emerger en el interior de la persona una sensación de conexión y de amor. Apreciar la belleza de la Tierra prepara a cada cual para apreciar la belleza que cada quien porta dentro. Cuidar de la Tierra induce a cuidar de uno mismo y de los demás.

El objetivo es tratar de superar el individualismo de la cultura occidental para que la persona se sienta parte de la Tierra, lo que se traduce en una conexión más profunda con la vida. Dentro de esta visión, la ecología se convierte en algo de lo que también la humanidad es parte y en la que esta tiene un papel que desempeñar.

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La conexión con la Madre Tierra nos posibilita entablar un diálogo interno para comunicamos con ella y abrirnos a recibir las enseñanzas de nuestros antepasados, necesarias para caminar en un tiempo de confusión en el que todo parece estar adulterado.

En la naturaleza, encontramos una referencia genuina que nos conecta con nuestra autenticidad. Por lo tanto, así como hemos luchado por defender los derechos humanos, pienso que es imprescindible reconocer y respetar los derechos de la naturaleza hasta alcanzar una forma de ecología espiritual o profunda que defienda la reverencia por toda expresión de vida . Ya no podemos contemplar la naturaleza como una mercancía o un almacén de “recursos” para nuestro uso y beneficio, sino como un socio y modelo a seguir en todo lo que emprendamos.

Es un hecho probado que todos los seres necesitamos un sentido de unidad y de pertenencia y la naturaleza nos ofrece este vínculo al igual que hace una madre. Las culturas sanas reconocen el mundo como un lugar sagrado y anteceden las necesidades del planeta a las suyas propias. Sin embargo, a lo largo de los últimos siglos, la cultura occidental se ha ido desvinculado del legado ancestral y, por ende, de su conexión con la Madre Tierra. Cada vez nos resulta más difícil recordar que venimos de ella, que dependemos de ella y que a ella regresaremos.

La crisis global que estamos atravesando evidencia el abandono de nuestra responsabilidad con la Tierra, abandono que no nos afecta solo a nosotros, sino también a las generaciones futuras. Necesitamos entender, desde una perspectiva de humildad, que emergemos de un mundo natural mucho mayor que nuestro ser individual y personal, de un mundo al que estamos obligados a servir.

LA ECOLOGÍA EMOCIONAL

Hace más de 20 años, en sus conferencias y talleres, Irene Goikolea comenzó a usar el término “ecología emocional”, una inspiración personal en la que basó su trabajo. Diez años más tarde, esta expresión quedó prácticamente acuñada como un término más en el argot de ciencias como la psicología y la sociología.

La ecología emocional se fundamenta en la premisa de que un trabajo de transformación interior contribuye a transformar el exterior.

Desde esta perspectiva, el ser humano es un microuniverso en sí mismo que, a su vez, forma parte del macrouniverso que alberga a la Tierra y a sus diferentes ámbitos sociales y medioambientales.

Según Irene, la interacción entre micro y macro es tal que “la contaminación emocional humana encuentra su reflejo en la contaminación ambiental y viceversa”.

Por esta razón, promueve un trabajo de introspección orientado a desbloquear las emociones y poder acceder a los sentimientos negados. En la medida que fluimos en el sentimiento, las emociones y pensamientos se purifican, afectando de manera positiva a nuestra salud y, por ende, al entorno.

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El conocimiento del mundo emocional tiene su proyección en nuestra salud tanto de las personas como del planeta. A través de nuestro cuerpo físico y de los que lo habitamos, se manifiestan constantemente las emociones discordantes no resueltas en cada uno. Para gozar de una buena salud es necesario alcanzar un equilibrio entre las emociones y los pensamientos y, por ello, es conveniente realizar un ejercicio constante y diario de observación y gestión de los mismos. Así como el cuerpo se ejercita físicamente con perseverancia y dedicación, deberíamos mantener, con igual constancia e intención, el equilibrio emocional, gestionando cada día las emociones que afloran en nuestra vida y evitando “lesiones” que pueden quedar grabadas en los tejidos corporales.

Consciente de que es en el interior, en la profundidad de las emociones, donde se encuentra la raíz y el origen de buena parte de la degradación que se manifiesta en el entorno exterior, siempre he apoyado la activación de los sentimientos negados para que actúen como agentes purificadores de las emociones (las aguas humanas) que, en igual proporción que las aguas de la Tierra, constituyen aproximadamente el 70% de nuestra realidad física. Con las emociones humanas ocurre lo mismo que con el agua en la naturaleza: cuando esta no fluye, se estanca y pudre. Trabajar conscientemente con las emociones contribuye a que las aguas estancadas encuentren el cauce por el que fluir, lo cual repercute favorablemente en la purificación de las aguas del planeta.

En mi opinión, el agua contaminada y sin vida nos refleja nuestro alejamiento del corazón. El aire polucionado nos refleja la mente que fabrica en la sombra alejada del espíritu, y la degradación de la Tierra nos habla de cuán desconectados estamos de nuestros sentimientos y emociones. El fuego, el cuarto elemento, simboliza el espíritu que alquimiza y gesta la ecología del resto de los elementos. Esta percepción espiritual y holística de la ecología asegura que alineando nuestras emociones contribuiremos a limpiar las aguas, a purificar el aire y a respetar la Tierra. Mi acercamiento a la ecología fluye, pues, desde el interior hacia el exterior, en la certeza de que lo que sana y prospera dentro de uno mismo, sanará y florecerá también en el entorno.

A lo largo de mi trayectoria, he podido comprobar que la conciencia y la transformación que se conquistan a nivel interno contribuyen a transformar el exterior y que la armonía interior crea armonía exterior. Sin embargo, en la vida cotidiana, factores como el miedo, el orgullo, la vergüenza o el dolor estancan el flujo de las emociones. Así pues, es importante aprender a retirar esos obstáculos para poder contactar con la vulnerabilidad y dejar que las lágrimas abran las compuertas a nuestras emociones retenidas. Esta fue la razón que me llevó a promover un trabajo de introspección orientado a desbloquear las emociones y acceder a los sentimientos negados puesto que, en la medida que fluimos en el sentimiento, las emociones y pensamientos se purifican, afectando de manera positiva la salud individual y, por consiguiente, la de todo el planeta.